martes, 25 de junio de 2013

Arabita.

Hoy me apetece hablar de Arabita y de paso desahogarme, que me hace mucha falta.
Sinceramente no sé muy bien como empezar, ya que la historia es larga y son muchas las cosas que merecen ser contadas.
Aún me duele pensar que hace ya 10 meses que no veo su carita, que no la puedo tocar, que no me encandila con su mirada asustada y sus orejas atentas.
Lo de Arabita siempre fue algo que no tuvo explicación, un flechazo, sin motivo aparente, y que aún hoy me cuesta explicar.

La primera vez que la vi fue el día en que llegó. Era un cruce de árabe torda, jovencita, apenas domada, llena de heridas y esquelética. Desde el primer momento me dio pena, y aunque su aspecto no le hacía justicia, me pareció bonita, a su manera.
Apenas sacaba la cabeza de la cuadra, y cuando te acercabas la escondía y te apartaba la cara al intentar acariciarla. Era una desconfiada, se notaba que había sufrido bastante y no quise hacer otra cosa que no fuera ganarme su cariño.
La saqué a cepillar, y bueno, estaba hecha un saco de nervios. No se dejaba cepillar en la cara ni la cola, y ni siquiera sabía dar los cascos.
De ahí a dos semanas ya no se escondía cuando me acercaba y estaba mucho más relajada en todo.

Como odiaba que la llamaran "la yegua nueva" decidí llamarla Arabita (muy original por mi parte).
Escuché que la habían montado un par de personas, y que las había tirado, que no sabía galopar y unos días después el profesor empezó a hacer ejercicios con ella para que se dejara subir y demás.
Fue un desastre además de inútil, y unas semanas después se la llevaron.
Yo me había prometido montarla y al final solo conseguí encariñarme de ella.

Pasaron 4 meses, y un día como otro cualquiera fui a las cuadras antes de montar, y como quien no quiere la cosa, me encontré con una cara familiar.
Era ella, había vuelto, llena de heridas otra vez, pero estaba allí. No pude más que gritar de alegría y abrazarla; era una nueva oportunidad que no debía desaprovechar.

A las dos semanas, ya la habían vuelto a montar y al menos se dejaba subir (hacían falta tres personas agarrándola, pero da igual jajaja).

Seguí cepillándola todas las semanas, hasta que llegó el día en que me armé de valor y pregunté para montarla.
Yo ya tenía claro que mi nivel no daba ni de coña, pero necesitaba intentarlo.

He de decir que mi profesor no daba un duro por mí, tenía claro que me iba a matar y que la clase iba a ser un desastre.
Sinceramente, creo que con Arabita callé un par de bocas, porque jamás me caí de ella y logramos muchas cosas juntas (sobretodo me ayudó a mejorar un montón mi nivel).

Los primeros dos meses fueron algo caóticos, no era capaz de galopar a una velocidad normal y se asustaba de muchas cosas, pero mejoró.
Empezaron a montarla en Horseball, y David veía mucho potencial en ella, pero quienes la probaban no sabían llevarla y no supieron hacer otra cosa que infravalorarla y tacharla de basura.


Sin quererlo, el nombre de Arabita se le había quedado, lo cual me hizo mucha ilusión, ya que era el primer caballo al que le había puesto nombre (aunque sea una chorrada) y hoy en día me consuelo de que aún le queda algo mío.
Al margen de Horseball, yo seguía a mi historia intentando que mejorara en clases, y así llegamos al verano.
Aprendimos a saltar juntas, lo cual me llenó de orgullo, porque en pocos días le perdió el miedo a los obstáculos e incluso llegamos a saltar un pequeño recorrido; Le demostré que confiaba en ella y ella me respondió.
Yo estaba encantada. Había mejorado y cambiado muchísimo desde que llegó. Ya no tenía heridas, estaba más gordita y le brillaban los ojos.

Sentía como toda la esa dedicación y empeño que había puesto en ella daban sus frutos, y es que no hay nada mejor que ver como un caballo mejora día a día gracias a tu trabajo y esfuerzo.

Todo era perfecto la verdad, yo estaba cada día más feliz. Teníamos nuestros días malos, de desesperarme porque se asustaba de las mil cosas o simplemente le daba la olla de ignorarme y no había más. Tampoco es que mi nivel montando fuera espectacular (que no lo era y no lo es).
Aún así había gente que sí sabía controlarla bien y ponerla derecha en sus días malos; por unas o por otras la yegua me daba alegrías.

















Arabita era la más bonita de todas, o al menos para mí: Con su forma elegante y delicada, cola larga y lisa, ojos atentos, cuello largo, patas finas y blanco impecable.

Pero todo esto se acabó de forma repentina. A Arabita por desgracia se la compraron (no precisamente la persona más indicada, las cosas como son) y yo me fui forzosamente del club hípico.
Hoy en día, en fin, prefiero no comentar nada al respecto de su estado ni de su cuidado, que roza lo lamentable en muchos casos.

Me limito a echarla de menos y acordarme de todos y cada uno de los días que compartí a su lado.
La "gente" dirá lo que quiera, me da un poco igual, si algo me queda en conciencia es que el tiempo que estuve con ella le dí todo lo que tenía, nunca le faltó una zanahoria, un cepillado apurado, una caricia en el cuello o una salida al prado después de cada clase en verano.

No sé si aún se acordará de mí, pero yo me acuerdo de ella todos los días. No es obsesión, es simple tristeza e impotencia, querer ayudarla, hacerla feliz, y no poder.
Esa yegua me marcó, y me marcó de verdad. Ha dejado huella en mí y no la puedo borrar por más que quiera. Tampoco quiero olvidarme de ella y dudo mucho que algún día lo haga.




"Donde quiera que estés, ahí estaré yo, contigo."


sábado, 8 de junio de 2013

Salto, salto, salto.

Bueno, como bien dice el título, esta última temporada (mejor dicho, desde que no llueve) hemos estado practicando salto en la pista exterior.
Por ahora no hicimos circuitos completos porque bueno, la pista no da más de sí, y la otra (que es enorme) no está cerrada, y si Luna ya se escapa en la pista cerrada, imaginaros si ya ni siquiera tiene vallas (Andrea se va y nunca se sabe más de ella).


En fin, pues entonces nos dedicamos a practicar en un sólo obstáculo. Primero con los cavalettis (hasta 0.40 si no recuerdo mal) y luego con los reparos y todo bien puesto.


Llegamos a saltar, si no recuerdo mal, 0.80 el día que más, y luego alternando entre cruzadas y verticales (ni fondos ni nada raro, que aún estamos aprendiendo).


Bueno, respecto a mi, el primer día con los reparos nuevos me costó lo suyo coordinarme bien con la suspensión en el salto, ya que también era el primer día que Luna veía un obstáculo en su vida (los caballetis no cuentan que son una chorrada) y estaba desorientadísima.


Los siguientes días salté con Míster (que como no, fue perfecto, como solía ser en sus años competidores) y con Manchitas.

Las clases con este último me encantaron. Con él llegué a saltar los 0.80 cm, y tiene llegado a saltar 1 metro, osea que es un crack.
 Además es super sensible de la boca, y hace cada recorte impresionante, podría llegar a ser un buen poni de salto con el tiempo.


Y  ahora estamos preparado la reprisse para el día 30, ¡que vamos a tener el primer concurso social de doma en Rías Baixas! (social en plan de la federación con concursantes de otras hípicas y todo, va  ser genial). Para esta vez estoy preparando a Luna, a ver si dentro de un tiempo puedo llevarla a concursos fuera de la escuela (lo cual me haría muy feliz).
Esta última semana está yendo muy muy bien. Ha mejorado mucho en los giros y transiciones.
 ¡Habrá que seguir entrenando y mejorando!






Manchitas y yo.
Car y Jokris.



Molly y Carmen.